El narrador de Los montes antiguos regresa a la casa familiar, en Soria, tras la muerte de su padre. Allí ha de hacerse cargo de una tierra antes relegada al ocio intermitente del urbanita: aprender a cuidar los árboles y rosales, desbrozar la maleza. En sus sucesivas estancias, irá descifrando el ritmo de la naturaleza, pero también desvelando una conciencia de la Historia: la de aquellos hombres y mujeres olvidados (paisanos y forasteros, fugitivos, hombres de palabra, gentes de oficio pegado a la tierra, muchachas fabuladoras, visionarios del pasado, soñadores de la revolución?) por los que pasaron una república y una guerra civil, las migraciones de la supervivencia?, y la vida, en resumen, en sus aspectos más tenues y reveladores.