El 18 de julio de 1573 Veronese compareció ante la Inquisición acusado de herejía por una pintura de la santa cena. La acusación, que denunciaba la presencia de elementos profanos en un cuadro religioso, ponía sobre la mesa el debate sobre la interpretación de las escenas bíblicas. Obligado por las circunstancias, pero empujado por la astucia, Veronese encontró una salida con un procedimiento inusual en la época: titular el cuadro Cena en casa de Leví, remitiéndose a un episodio menor de los evangelios, de modo que la blasfemia se diluía. Así, por la magia del texto escrito, el cuadro cambiaba totalmente de sentido sin retocar nada de lo que se representaba en él. En el siglo XIX, esta colisión de Veronese con la Inquisición se convirtió en un modelo del enfrentamiento entre el artista y el poder eclesiástico, lo cual permitía abordar el diálogo entre lo sagrado y lo profano. Ahora sabemos que la solución que Veronese halló para satisfacer a los inquisidores significó una innovación a la hora de resolver los conflictos dogmáticos con la Iglesia, además de un cambio sustancial en el ámbito de la interpretación artística.