Se dice que a los actuales estudiantes universitarios les falta interés y curiosidad. Que están más preocupados por el móvil y lo que pasa en las redes virtuales que por atender en clase. Se les señala como superficiales y sin inclinación a la lectura. Presentan altas tasas de ansiedad, depresión y suicido. Están obsesionados por su seguridad emocional. Ello les hace querer estar a salvo de quienes no están de acuerdo con ellos, lo que provoca que sean personas frágiles, hipersusceptibles y maniqueas. Así, no se les considera preparados para encarar la vida, que es conflicto, ni la democracia, que es debate.
Como profesores universitarios esta situación nos preocupa y afecta. Pero somos cautos con esta fotografía. Aunque en nuestras prácticas docentes observamos algunas de estas actitudes, también hay estudiantes que van a la universidad para debatir y pensar de manera crítica, están socialmente implicados y reivindican el reconocimiento de una diversidad interseccional, se rebelan ante las injusticias y buscan alternativas ante los desafíos que plantea el mundo contemporáneo.
Para comprender este fenómeno, los grupos de investigación Esbrina, de la Universidad de Barcelona, y Elkarrikertuz, de la Universidad del País Vasco, hemos llevado a cabo la investigación TRAY-AP, de la que da cuenta este libro. Conscientes de que los jóvenes están afectados por una organización social que favorece el individualismo, la dispersión de la atención, la precariedad laboral y emocional, y la dependencia de las tecnologías digitales, nos planteamos una investigación que pusiera el foco en la escucha y recogiera sus trayectorias de aprendizaje. Con este estudio, que realizamos con los estudiantes y no sobre ellos, hemos tratado, además de generar conocimiento, abrir caminos para que la universidad tenga en cuenta quiénes son y cómo aprenden los estudiantes.