A pesar de que podríamos creer que es un horror ser alguien, Iliana Toro dialoga poéticamente con Emily Dickinson para convencernos de lo contrario: de que hay autoras a las que una debe conocer por su nombre y apellidos, como sus obras, como esta que tenemos entre las manos. En sus versos, acordes elogiables, con voz sencilla ―que no pequeña― y descarnada y precisa como aguijón ―versos breves como disparos―, la poeta, para nosotros, no llega a destiempo sino en el momento justo, en el momento necesario de nombrar el deseo arrebatado, la importancia del recreo y los tonos tristes de los pájaros. Sentados lejos de los espacios asignados, entregados a la caída, Iliana Toro enumera una a una las palabras que caben en la belleza. Porque ella sabe que, aunque Nada es perfecto en este mundo, en una casa con fantasmas, una se reconcilia con una fiesta en el jardín.
MARIBEL ANDRÉS LLAMERO